LAS BRUJAS
Cuando niño, había conocido a Tùquerres. Sabia de la leyenda y tradición de las brujas voladoras, por eso fue fácil llegar hasta la casa grande de aquel pueblo donde según se dice vivían las plausibles damas. Cruzó a buen paso por las calles el poblado, atravesó su parque principal y se fue directamente hasta la doble puerta de la casa grande, se apeó del caballo, desmonto sus pantalones y se apresto a golpear una de las dos puertas de la entrada principal de la vivienda. El caballo trató de relinchar, estaba brioso, raspo por un par de veces sus gastadas herraduras sobre la piedra laja del andén y demostraba cierto nerviosismo como el de su jinete. El hombre tomo entre sus manos la casi vacía botella de licor y la llevo hasta su boca, para tomar un aguardiente y golpeo con mayor fuerza, con los nudillos de su mano derecha, la gruesa puerta.
Una mujer, alta, delgada, de rostro áspero, toda ella vestida de negro, con un pañolón que cubría la cabeza y gran parte de sus hombros, se presentó al abrir de un solo golpe la puerta, lo quedo mirando de arriba abajo y pregunto de manera categórica y firme -¡Que necesita! ¡Que se le ofrece! ¿A quién busca? José David no se inmuto, sabia a lo que venía y ya nada ni nadie podía mediante mente asustarlo cuando llevaba en su pecho una pena tan grande, por eso dijo también de manera cortes, pero altiva, -buenas noches, señora, busco en usted o en ustedes si son más, la esperanza para poder seguir viviendo quitándome un grave tormento que llevo en el alma que no me deja plenamente vivir. Fui un hombre que todo lo tuvo, que alcanzo triunfos y honores y hoy todo lo perdí, por cuanto quise tanto a un amor temprano, tanto y tanto y temprano la ame, que me ha dejado muy solo en el mundo cuando su vida se fue para siempre por el camino de jamás volver.
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